Si hay algo más divertido que el propio sexo es descubrir nuevas fronteras, innovar y jugar con nuestros límites. Y aunque una idea sobre el papel puede ser fantástica, excitante y morbosa, hasta que no lo ponemos en práctica no sabemos si realmente nos satisface. A veces no hace falta siquiera hacerlo, vale con pensarlo detenidamente, o quizás nos baste la fantasía para alimentar nuestra excitación sin tener idea jamás de meternos en situación. Otras, en cambio, debemos probarlas, o intentarlo al menos.
Hará unos dos años (vaya cómo pasa el tiempo, ¿no?) hablaba con un follamigo. Estábamos haciendo planes para vernos, tenía la casa libre e iba bien de tiempo para desarrollar algo interesante. No recuerdo cómo surgió la idea, simplemente apareció de forma tan natural que era una locura descartarla sin mas. Ese hombre tenía la habilidad para dar rienda suelta a mi imaginación, incitarme a salir de mi zona de confort y probar cosas que habitualmente no surgen con un follamigo, por prolongada en el tiempo que sea la relación que nos una. Es de reseñar que el follamigo era aquel con el que más tarde montaría la mazmorra improvisada, y también que tengo una actriz frustrada en mi interior, así que esos pequeños juegos de rol alimentan ese aspecto y hacen un dos por uno; puedo interpretar un papel improvisado, y disfrutar de un sexo la mar de interesante.