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16 de mayo de 2018

Un mirador, un salto al vacío y una sillita de bebé... (Con Alex)


La confesión de Alex me había dejado hecha mierda. Que la mala suerte, el karma de una vida pasada o el azar me hubiera hecho cruzarme con él me cabreaba. Es que tenía tela el asunto; un hombre que me hace pensar que puede ser esa persona especial que había imaginado encontrar, que estaba enamorado de mí, del que estaba enamorándome, tan atractivo, tan alto, tan interesante...tan, tan, tan casado... 

No me digas que no es mala suerte.

Reflexioné mucho durante un par de días. Dejé de responderle a los mensajes y me centré en dialogar con mi yo interior, mi ética y mis ganas. Lloré como hacía años que no lloraba, de pura frustración por hallarme en semejante mierda sentimental, por haberme hecho ilusiones cuando las alarmas sonaban con eco en mi cabeza desde hacía tiempo. 'Demasiado bueno para ser real' pensaba, y claro, acabó siéndolo. Que ya no sé si lo invoqué con ese pensamiento tan realista, tan hasta el coño de mentiras, tan desconfiado; o simplemente entré en Badoo el día que no debía, quizá si me hubiera puesto una peli...

...entonces me habría perdido una experiencia que, aunque dura y que no me ha dejado ganas de repetir en su forma, me proporcionó muchísimo cariño, un sexo brutal, risas a kilos y algo más que contarte. Venga, si no miro el lado bueno me hundo, no me fastidies...

Finalmente le escribí. Fui seca, abrupta, le cité al día siguiente para que pasara a buscarme, íbamos a hablar. Se acojonó, se notaba en su forma de expresarse, que le faltaba mandarme reverencias virtuales.

Tal como le dije, y sin un segundo de retraso, pasó a buscarme. Me monté en el coche, le indiqué que fuera al mirador de la última vez y permanecí callada el resto del trayecto. No era cuestión de hacerme la dura, es que todavía no tenía claro qué hacer, intentaba encontrar una señal, o que alguien mantuviera esa conversación por mí.

Aparcó, paró el motor y se giró hacia mí, mirándome con esos ojos intensos, esperando que le mandara a la mierda, le montara una bronca y quisiera arruinarle la vida para después desaparecer en el horizonte. No hice nada de eso. Lamentablemente estaba más enamorada de lo que imaginaba, y tenía tanta curiosidad por lo que podría proporcionarme esa relación que fui incapaz de ponerle fin. 

Le hablé muy claro. Si hubiera sabido su situación no habría accedido a quedar con él, me había metido en un berenjenal sin yo pedirlo, me había mentido; manifesté lo que odio la mentira, dejé claro que no lo había buscado, que me gustaba pero que no iba a aguantar gilipolleces, que él podía hacer lo que quisiera pero si aparecía alguien más en su vida debía decírmelo, que no esperara que yo le guardara ningún tipo de fidelidad, que no le debía nada... Y cuanto más hablaba, le miraba, y moría por perderme en esos labios. Iba perdiendo fuelle a medida que vaciaba por la boca toda mi frustración. La vida te pone piedras y a veces te pone montañas, y te entra adicción al trekking, como me pasó a mí.

Salí, a tomar el aire, a rebuscar en mi mente si realmente quería dar ese salto al vacío, si no lo había dado ya o si estaba a tiempo de agarrarme a algo para no estazarme. Nada. Estaba en caída libre y pensaba aprovechar todo lo que durara la caída. Entré, intenté mantenerme firme, pero me desarmaron sus labios. 

Ya está. No había vuelta atrás. La montaña rusa se ha puesto en movimiento, no saquen brazos ni piernas y manténganse en el asiento hasta que el vagón esté completamente parado (o acabarás hecha más mierda, gilipollas, que eres una gilipollas), mi cabeza y sus mensajes alentadores.


Quedábamos todas las semanas, a veces más de un día por semana. Siempre a primera hora de la tarde, venía a buscarme a casa, dábamos un paseo por el parque, nos enrollábamos fuerte en un tranquilo mirador, me dejaba al borde el orgasmo casi sin pretenderlo, nos despedíamos y hasta la próxima. Suena muy superficial, pero fueron bastantes meses, entiende que en algún punto he de condensar la historia.

Llegar a casa con las bragas haciendo aguas era una putada. Tenía que ponerme a trabajar y no podía sacarme de la cabeza la sensación de sus manos -sus grandes y fuertes manos- acariciándome, metiéndose entre mis piernas, apartándome el pelo del cuello, agarrándome el culo... Está claro que no es la mejor forma de aumentar la productividad. Ni te cuento el día que, solos en el mirador, me agarró del culo y me subió al vuelo mientras mis piernas rodeaban su cintura y mis manos su cuello; entiéndeme, a parte del morbazo del acto, está el plus de que 'me había levantado a pulso', y no soy peso pluma precisamente... Ese día hubiera dado lo que fuera porque aquello fuera una zona de sexo libre y repetirlo desnuda, no te imaginas lo cachonda que me puso con ese simple acto.

El 'problema', por así decirlo, es que aquello no era sólo sexo. Teníamos una conexión que no había sentido con nadie, las miradas cómplices, las caricias, los momentos en silencio jugando con nuestras manos cástamente, sentir a qué se refería toda esa gente cuando hablaban de 'hacer el amor', de sentir más allá del plano físico, de querer más, mucho más, de anhelar verle en una reunión familiar, un domingo en el sofá o una visita al supermercado. Estaba jodídamente enamorada, en una nube; nube que se disipaba cada día al dejarme en mi casa, y retornaba cuando volvía a buscarme el siguiente día. Fue lo más intenso, lo más profundo, lo más sincero que había tenido hasta el momento, y aunque el sexo era brutal, a veces más literal que otras, ya mayorcita estaba -a días/ratos- viviendo esos momentos de 'primer amor' y paseos por el parque, de besos suaves sin propósito final, eso que no tuve de adolescente.


Experimentamos muchas cosas juntos. Era fantástico cómo fluían las ideas, bastaba con que uno de los dos dijera algo, o simplemente lo dejara caer, que nos faltaba tiempo para ponerlo en práctica. Ya fuera una sesión BDSM suavecita, el rol de la colegiala o incluirle en mi maratón sexual. Estaba abierto a todo, y lo estaba yo también. De haber podido tener algo serio de verdad, habríamos sido pura dinamita. Si hicimos tantas cosas en la clandestinidad de una relación extra matrimonial, a ratos robados y sin espacio fijo, ¡imagina lo que hubiéramos podido hacer sin tener que escondernos, sin buscar excusas y con un espacio común...!

Echo mucho de menos esa disposición a la experimentación, ese jugueteo, esos labios, esas caricias...pero joder, lo que más echo de menos es cómo me comía el coño. Nunca me lo habían comido tan bien como él, nunca me había corrido con sexo oral hasta que llegó él -en el libro La primera vez que... (1) cuento esa historia, si no lo has leído, descárgalo gratis y échale un ojo, no tiene desperdicio la experiencia-.

Lo que no echo de menos es el surrealismo. Aquella vez que me le encontré en un centro comercial; yo de tiendas con mi hermana, y él al otro lado del ancho pasillo con su mujer y los niños. Se quedó petrificado, supongo que temiendo que me acercara a saludar y que sus mentiras tambalearan los cimientos de su vida. Pero nunca se me dio bien el papel de mujer despechada, y realmente no tenía nada que decirle, ya sabía la historia completa para aquel entonces.

O como la vez que mi madre y mi tía iban a vender la casa de mi yaya y les había hablado de Alex (como amigo, nada más) y que se dedicaba a ello; habíamos quedado con ellas en la casa, pero antes de pasarnos por allí estuvimos en la casa de la segunda cita echando un polvazo épico. Fue extremadamente extraña esa reunión post coital, y oír a mi tía diciéndome cuando Alex no lo oía: 'hacéis muy buena pareja, estaría bien que acabarais juntos', y mi risa nerviosa reviviendo mentalmente los minutos previos, cuando la cabeza de quien iba a vender la casa de mi yaya estaba entre mis piernas y todavía me sabía la boca a semen.

Surrealista también la vez que me dijo que me había preparado una sorpresa. Me pasó a recoger y me llevó a una casa en un pueblo cercano, subimos hasta el ático de aquel chalet y había preparado una botella de cava y dos copas junto a un sofá que, claramente, no pertenecía allí. Esa sensación de ocupa, de ilegalidad, de jugar con la confianza de la gente que daba las llaves de una casa para las visitas de compradores. Joder, al final no podía dejar de pensar que se llevaba a otra a casa de mi yaya como me llevaba a mí a otras casas, y la idea de ese santuario profanado me daba grima. Pero el polvo le echamos, eso sí, el cava ni lo olimos.


Y entre todos esos momentos surrealistas, que hubo muchos, quizá el más chocante fue el día que, tras haber follado salvájemente en el coche, me llevó a casa y mientras nos despedíamos salió del coche, abrió el maletero, y sacó la sillita de bebé y el alzador, y lo colocó en los asientos. Inmutable, como si estuviera sacando la compra del maletero para colocarlo en el asiento trasero. Mi cara debía ser un poema, aquello era demasiado hasta para mí. Y no porque fuera la primera vez que veía la sillita en el coche mientras nos enrollábamos, o le llamaba su mujer para decirle algo de los niños; si no porque ni siquiera suponía un ligero trance para él, lo hacía de una manera tan natural que me daba a entender que yo no era la primera aventura, y que tampoco sería la última.

La última vez que quedamos fue en un hotel. Yo había reservado unos días para encerrarme a escribir y pasar la resaca social de una primavera/verano demasiado intensa. El polvo no estuvo mal, aunque nada del otro mundo para lo que me tenía acostumbrada; la gastroenteritis que me pegó mejor no te lo cuento...

Al final, como pasa en la mayoría de mis relaciones, se fue enfriando y desapareció. Yo buscaba algo diferente, y aunque me lo negara a mí misma, quería eso que nunca tendría con él, algo real. Y si no era real, lo que no quería eran complicaciones, cambios de planes constantes, secretos y el reloj pegado al culo anunciando el fin de la ensoñación.

No tengo rencor. Le tengo cariño, aunque hace muchísimo que no hablamos. No me he molestado por saber de su vida, ni él de la mía. El capítulo se cerró y afortunadamente mi alma no acabó en una bolsa de cadáveres, desconozco cómo quedó la suya, o si no continuó el contacto porque surgió un juguete nuevo, o si le dolió que dejara de decirle de quedar. Sólo apareció 'FIN' en la pantalla y no me quedé a ver los créditos. Tengo la experiencia, y si pudiera volver a antes de conocerle, con una sinopsis de cómo iría la película, sinceramente, no sé si me quedaría, o haría zapping. 

Aunque pensándolo, probablemente me quedaría; tengo demasiado vicio con eso de saber cómo transcurren las historias y si al final valen el tiempo invertido. Me engancho a cada mierda...que acabo descubriendo algunas que merecen la pena.

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