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27 de febrero de 2019

Sábanas para tres - Relato erótico



Habíamos hablado, en más de una ocasión, la posibilidad de hacer un trío. Cuando pensábamos en quién podría ser esa tercera persona asaltaban los miedos al imaginarnos incluir a alguien que pudiera trastocar nuestra extraña relación.

Queríamos una persona que no acabara mensajeándose con ninguno de los dos tras la noche de lujuria que teníamos en mente. Por abierta que tengamos la mente, todavía tenemos ciertas inseguridades, y ninguno quiere conocer a los ligues del otro.

Aprovechamos una escapada para deshacernos de la vergüenza, los miedos y darle el punto picante que pedía a gritos esa noche. Busqué Escorts en Madrid en el móvil, y rápidamente elegimos quién se ajustaba a lo que necesitábamos.

Esperábamos en la habitación de nuestro hotel, nerviosos, recolocándolo todo, como si quisiéramos conquistar a la mujer que compartiría nuestras sábanas en los próximos minutos. Cuando Ana llamó a la puerta, nos acicalamos frente al espejo y abrimos juntos con una sonrisa nerviosa.

Nos sentamos en el pequeño sofá y nos conocimos un poco. Hablamos sobre lo que nos había llevado a llamarla, qué queríamos experimentar, nuestras líneas rojas… Y, sin darnos casi cuenta, cada vez arrastrábamos más las palabras, nos mirábamos con incandescente lascivia, y nuestros cuerpos empezaban a acariciarse por encima de la ropa.

Juan se distanció un poco, dejando que Ana y yo nos conociéramos y fuéramos aumentando el fuego que ya bullía entre nosotras. Sus suaves labios recorrían mi cuello mientras mis manos rozaban sus erectos pezones bajo la camisa, nunca había tenido los pechos de otra mujer tan cerca y a mi disposición; mi entrepierna se fundía, palpitaba reclamando atención. Ana fue bajando sus labios por mi cuerpo, hasta encontrarse entre mis piernas, que se abrían como reclamo recostada en el sofá. Tiró de mi ropa y dejó mi humedad al aire para, acto seguido, cubrirla con su boca.

La lengua y dedos de Ana me provocaban pequeños espasmos placenteros, y la visión de Juan, masturbándose sentado en la cama, observando nuestra escena, me excitaba mucho más. Le hice un gesto con la mirada y se acercó. Masajeó los hombros de Ana, e internó la mano entre sus piernas arrodilladas, reconociendo el terreno que, a estas alturas, me tentaba tanto probar entre mis labios.

Les sugerí desnudarnos e ir a la cama, quería sentirles a la vez, y el sofá era un espacio demasiado reducido como para explayarse. Al llegar sobre las sábanas me tumbé boca arriba, abriendo las piernas mientras miraba a Juan. Hombre listo, no tardó en pillar el mensaje y acoplarse entre ellas. Ana se quedó a mi lado, acariciándome el clítoris mientras Juan me embestía lentamente. “Quiero probarte”, le dije a Ana y juntamos nuestros labios; luego me dejó probar sus labios más cálidos sentándose sobre mi rostro. 

Con las manos en su culo, recorría su vulva con la lengua, recolectando cada gota de placer que liberaba su vagina. Juan intensificaba sus embates, frotaba suave mi clítoris y nos hacía saber lo que disfrutaba viéndonos. El éxtasis irrumpió escalado en la habitación; una melodía de gemidos, respiraciones agitadas, evocaciones divinas, coreografías tensas por los músculos antes de desfallecer en el orgasmo.

La noche con Ana todavía daría mucho de sí…

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