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10 de diciembre de 2018

Mensajes en el metro - Relato erótico

relato erótico

La semana empezaba intensa y conmigo al otro lado del país. En el trayecto en metro de camino al hotel, hablando por mensajes con un amigo, surgió mi necesidad de relajarme y su sugerencia de regalarme un masaje erótico en Barcelona.

Antes de que nos diéramos cuenta ya estábamos tonteando y la conversación había subido de temperatura. Ahora lo principal no era llegar al hotel, ni siquiera el masaje, era ese encuentro que nos estábamos imaginando inesperadamente. Hacía mucho que nuestras charlas no se embarcaban en la fantasía mutua, pero estaba a punto de cambiar.

Con el vagón lleno de gente ajena a los mensajes que llegaban (y salían), introduje la premisa del roce inocente, casi accidental, de un frenazo al llegar a la siguiente estación. Me imaginaba su cuerpo chocando con el mío, sin intención por ninguno de los dos de tomar distancia una vez parado. Quedarnos pegados, con su respiración clavándose en mi nuca, lenta, profunda, erizando mi piel al pensar en cuál sería el siguiente paso.

Él seguía escribiéndome, continuando la fantasía. Me decía que sus manos se agarrarían a mi cadera, con la excusa de sostenerme, y cuando el vagón volviera a llenarse llevaría una de esas manos hacia delante, colándose discretamente bajo el pantalón. Como si hubiera sentido sus dedos adentrándose entre mis piernas, di un respingo y me agarré fuerte a la barra central, tan fuerte como quisiera que su pelvis estuviera fijada contra mi culo. 

Yo le describía mis leves y circulares movimientos de culo mientras él me hacía partícipe de la erección que, en ese mismo momento, intentaba liberarse de la prisión de su pantalón, la que en nuestra fantasía estaría deseando abrirse camino entre mis nalgas y que yo, con gran sutileza, estimularía al rozarme contra ella, sintiendo como cada roce acercaba más nuestro deseo y nos humedecía irremediablemente.

Con la entrepierna abundando en flujo, seguía imaginando sus dedos internándose entre mis labios, jugando con mi clítoris, penetrando mi vagina. Mi respiración se aceleraba e intentaba disimularlo, pero al otro lado del vagón varias miradas empezaban a fijarse en mi extraño respirar y mi baile sinuoso contra la barra. Cada mensaje recibido me acercaba más a ese punto de excitación en el que deseas, con alta desesperación, estallar en gritos de placer junto al buen hacer de un amante.

Me llegó el siguiente paso. Su mano cambiando de posición y acariciando suavemente el ano con un par de dedos mojados con mi cálido flujo. Un escalofrío me recorrió. De haberle tenido realmente contra mí, le habría exigido que me follara allí mismo, sin importar la gente, las cámaras o acabar arrestada. Ya me imaginaba sujeta contra la barra, con los pantalones por los tobillos y sus dedos apartándome las bragas mientras me penetraba sin remedio, agarrándose a mi cadera, mi pecho, mi cintura, como si le faltaran manos y partes anatómicas para darme todo lo que él deseaba.

Un siguiente mensaje llegó. Había cambiado la idea del inicio, pensando que una experiencia compartida me daría más confianza, y morbo. Buscó masajistas eróticas en Barcelona y me envió el centro más cercano a mi hotel; supongo que por eso de poder continuar después en mi habitación si nuestras ganas seguían candentes. “Esto no va a quedarse así. Te espero aquí en media hora. Será mi regalo de navidad”, y una ubicación.

No, no iba a quedarse así. Esa noche iba a ser memorable. Lo demás podía esperar, ¿o acaso no es necesario bajar el ritmo de trabajo y dedicarse tiempo? Que éste fuera compartido sólo lo hacía más interesante...

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