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16 de enero de 2019

El orgasmo que enmudeció

 
escote tetas

La sexualidad, como cualquier aspecto de nuestras vidas, especialmente si entra en juego el factor biológico, es cíclica.

Por eso no siempre tenemos las mismas ganas de sexo, ni queremos practicar siempre lo mismo, ni de la misma manera. Por poder, puedes hacerlo, mantener una sexualidad plana y estable, sin bajos ni altos pero sinceramente, ¿a quién beneficia eso?

Que un día no haya ganas, pero otro nos subamos por las paredes y exhalemos sexualidad por cada poro, a mi parecer, es mucho más emocionante. La sorpresa, la novedad, la incertidumbre, la pausa, la inconsciencia, la distancia, el arrebato, lo inesperado, intenso, pasional... Sin lugar a dudas aspectos mucho más interesantes (y excitantes) que la "seguridad" de un polvo mediocre, ¿o no?

Y con eso de que la sexualidad es cíclica, y un reflejo del resto de ámbitos de nuestra vida, con gran frecuencia el deseo, el erotismo, la sensualidad, las sensaciones, la intensidad...el sexo en general, se ve alterado cuando, por ejemplo, vivimos un proceso depresivo o ansioso. Y si ya de por sí es algo obvio, por desgracia lo conozco de primera mano.

Pero hasta hace unos meses, no fui realmente consciente de en qué medida puede afectar el estado mental y emocional al placer

El año pasado fue complicado a nivel personal (el ámbito profesional te lo conoces mejor), y estuve dando los primeros pasos para superar la depresión con la que empecé el 2018, y posteriormente para lidiar con la ansiedad que, lamentablemente, no he logrado eliminar (aún) en el grado deseado. Sucedió acabando el verano cuando, irónicamente, sentía menos ansiedad que en meses anteriores; en una tarde ociosa de sofá decidí invertir mejor el tiempo masturbándome. Nada fuera de lo común, no había una excitación previa, ni siquiera deseo, pero eso nunca había sido un problema para disfrutar del autoerotismo, ni de un buen (o al menos más que aceptable) orgasmo.

Tardé bastante en alcanzar ese punto de no retorno, y cuando ya sentía (por decirlo así) la montaña rusa subir para liberar el orgasmo en la caída, llegué arriba y me quedé igual. Sí, había tenido un orgasmo, no es que se me cayera y no lo encontrara, es que fue tan sumamente discreto que apenas me enteré.

Lo achaqué al cansancio, a que no era un día especialmente bueno, a la postura extraña, a la premura en buscar el orgasmo, a la sensación de que si tardaba alguien llegaría a casa y me pillaría o tendría que parar abrúptamente (ambas cosas me estropearían el clímax)... 

Pero, algunos días después, echando mano del mejor somnífero que conozco (la masturbación), me encontré de nuevo en la misma situación. Esta vez estaba en mi cama, la casa dormía, no hice ruido, estaba cómoda, había trabajado mucho más la excitación... Pero me quedé igual que el día aquel en el sofá. Y seguí, porque oye, igual es que se me había dormido el clítoris o estaba de vacaciones, pero el siguiente orgasmo tardó unos segundos en llegar, solo que de la misma deleznable intensidad.

Y como una es hipocondríaca de nacimiento, empecé a darle vueltas a la cabeza pensando en dónde se había ido la intensidad habitual de mis estallidos orgásmicos, si volvería a sentirlos como antes, si me pasaba algo, si es que me había acostumbrado tanto a los vibradores que mis dedos no bastaban para darme el habitual placer, si tendría que ir a terapia, si... Así soy yo, siempre anticipándome y proyectando un par de casos aislados como un gran problema que afectaría, no sólo a mi vida sexual personal, sino a la profesional. Porque cuando te dedicas a lo que yo, la genitalidad entra en juego en el desarrollo de la actividad, y cualquier cosa que pase por la zona (vulva, vagina, clítoris, ano, hasta el interior de los muslos...), se plantea como una barrera que puede impedir la diligencia del trabajo.

masturbación femenina

Pasé unas semanas sin masturbarme, ni por ocio ni por trabajo, y más por miedo a que volviera a pasar que por falta de ganas. Era entonces Schrödinger quien gestionaba el tema, pues mientras no me expusiera a la masturbación y al orgasmo, convivían el problema y la ausencia de éste. Tenía y no tenía menos sensibilidad, estaba y no estaba con gran ansiedad... Pero lo que ocurre con eso es que,  muchas veces, al no querer mirar a los ojos al supuesto problema, nunca sabes si realmente existe o no tal problema. Y pudiendo tener solución, menos motivos para huir de ello.

Tomé, por fin, la decisión de enfrentarme a ello. Que tampoco está bien que yo promueva una idea o una mentalidad, y luego no sea capaz de ponerla en práctica. Decidí "abrir la caja" y comprobar si el gato (o el orgasmo más bien) estaba vivo o muerto. Me encontré con que estaba vivo, y volvía a mostrarse como me tenía acostumbrada. Por fin el orgasmo me hacía sentir la bajada de la montaña rusa, y volver a repetir a los pocos segundos. 

El ciclo cambió, y mi orgasmo volvió. Habitualmente, el orgasmo que enmudeció sólo lo hace por un pequeño espacio de tiempo. Pero también es cierto que, si preocupa que haya perdido la voz, o no termina de recuperarla, acudir a una persona especialista en sexología es la mejor opción. Y normalizar que no siempre las sensaciones son las mismas, y que como entes complejos que somos, no podemos compartimentar nuestro yo actual, y que lo que nos afecta en un área vital, lo hace en los demás

Nadie está libre de vivir una experiencia que nos limite temporalmente a nivel sexual, ni siquiera quienes vivimos todo el día con el sexo en la boca y los dedos, porque podemos dedicarnos al mundo de la sexualidad, pero no nos hace menos susceptibles, ni menos humanos...

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